En el diseño y cálculo de un muro de contención intervienen muchas variables: dimensiones, materiales, rozamientos, empujes activos, empujes pasivos, agua, drenaje, sismos, condiciones de hundimiento, vuelco y deslizamiento… muchas, muchas variables, entre las que conviene añadir que “eso” que estamos calculando no siempre se llevará a cabo como nos gustaría, mal que nos pese y por mucho que nos lo aseguren.
Las fotografías son de hace cinco o seis años, en una bonita localidad de la costa levantina (si, lo del fondo es el proceloso mar Mediterráneo). Una vez levantado el muro había que rellenar el trasdós y, claro, ya se sabe como son estas cosas… la obra está llena de escombros… llevarlos a vertedero es muy cansado… la tentación es muy grande… en fin, para terminar pronto, el trasdós se rellenó con cascotes, baldosas, plásticos, cables y todo lo que había por allí, confiando en que nadie se daría cuenta nunca.
En realidad, los escombros pueden ser más ligeros que el relleno previsto en un principio y no acumular agua ni hacer nada raro pero, vaya, entre las muchas hipótesis de partida que intervienen en los cálculos, junto a la condición de material homogéneo, isótropo y todo eso, se considera también que la carga del relleno se distribuye linealmente sobre el muro…
¿Se puede considerar lineal el empuje ejercido por unos escombros de características, digamos, poco conocidas?
Pues parece que no… visto lo visto.
Un detalle más cercano del «poco homogéneo» relleno.
Afortunadamente, no hubo que lamentar daños personales.
A veces conviene recordar que las fórmulas no aparecen de la nada, esculpidas en pesadas tablas de piedra, nacen de suponer modelos de comportamiento sobre el fenómeno, los materiales y la situación, y por mucho que uno insista (y se enfade), si las condiciones de partida no cumplen, el resultado de la fórmula tampoco, o como dicen en Mad Max III… «rompe un trato, afronta tu suerte«.