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Evaporación de embalses, un problema de pelotas

Controlar la evaporación de embalses es un arma de doble filo. Evitar la evaporación, la salinización y el crecimiento de algas es positivo, por supuesto, pero si se hace tapando el embalse se corre el riesgo de modificar el estado trófico del agua, lo cual es negativo, así que las mejores soluciones son también las más simples, mallas de sombreo y barreras antiviento (atacando directamente a la línea de flotación de la fórmula de Penman, oiga).

Dicho lo anterior, ¿cómo se explica que en Los Ángeles decidieran gastarse 2 millones de dólares echando 3 millones de pelotas de plástico negro para impedir la evaporación de un embalse…?

Pues se explica por dos razones; la primera, porque no es agua de riego sino de consumo humano, y no interesa que se posen aves (y mucho menos que hagan «otras cosas», una vez se han acomodado); y segundo, porque en este caso el problema no es la evaporación, sino la luz solar. El agua de la zona tiene determinados compuestos químicos que resultan cancerígenos en combinación con el cloro y la luz solar, de ahí que se haya optado por la solución provisional «más opaca posible» hasta encontrar la definitiva (que seguramente será subterránea).

Por cierto, este tipo de pelotas se llama «bird balls» y se usa, precisamente, para putear impedir que se posen las aves, especialmente cerca de los aeropuertos.

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